Salió de buena mañana. Sabía cuál era su destino. Fuera cual fuera el resultado, no saldría bien. No entendía cómo se había metido en este lío. Iba camino de la muerte: moría o mataba. No había otra salida. El rumbo era claro, pero su visión incierta. "¿No podía ser de otro modo?", se preguntaba. Parecía que no. Todo había comenzado casi como una broma, sin que nadie quisiera, como sin prever nada.
Después de varios roces se había celebrado un combate dialéctico. Es de suponer, porque no recordaba con nitidez, que había sido duro. Con la tenacidad que se le conoce, seguramente se trató de una pugna entre pesos pesados, esto es, entre locos, entre dementes necios que no saben salir con altura de miras y con el grado de civilización que se nos supone. La lógica había muerto con precipitación, raudamente, y los contendientes no habían encontrado, quizá por falta de tiempo o de meditación, una solución satisfactoria para ambos lados. Es verdad, y eso está contrastado, que los aduladores de los dos bandos habían azuzado en vez de colocar alguna red o tabla salvadora. Luego pareció tarde para hallar un organismo, consejo o asociación que ayudara a mitigar o a reducir el nivel de litigio.
Todo se había calentado demasiado. En mitad de todo ese rancio maremágnum se recuerdan enfrentamientos espectaculares con instrumentos de poder de todo tipo. Los principios habían perdido su peso, y no se miraba el calendario para otra cosa que no fuera para seguir "el cara a cara". La violencia nos había convertido en auténticos animales de presa. El cielo dibujaba líneas de desazón, y ratificábamos la legalidad con más errores. Así estaban las cosas en esa maldita mañana, cuando salió nuestro protagonista, presto a morir o a matar. Sea cual fuere el resultado, repetimos, el pesar volvería a su casa, ya bastante atragantada. "Alea iacta est": "la suerte estaba echada", echada a perder, como las vidas de estos dos payasos en manos de un destino cruel elegido desde la inconsciencia.
Él, nuestro madrugador, no creía en la victoria sin guerra, mientras alguna empresa se lamentaba de perder, o de no ganar, 5.000 millones de euros, pero tampoco creía en la paz a cualquier precio. Para él, como dice el historiador Henry Kamen, el Imperio era una sociedad de gananciales, y ésta tendría que salir adelante como fuera. No había porvenir con este modelo, y en esto coincidían los dos. Era la crónica de una o de dos muertes anunciadas. El duelo estaba a punto de comenzar, y prefiero no contar el final...
Juan Tomás Frutos
Fecha: 03/03/2003
Fuente: www.murciaregion.com
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