viernes, 17 de abril de 2009

Morir de hambre en el siglo XXXI


Juan Tomás Frutos se preguntaba en la entrada anterior cómo es posible que demos lugar al hambre y a otras injusticias en pleno siglo XXI. El sinsentido expuesto se censura teóricamente desde la inmensa mayoría de la población, pero poco se hace en la práctica. ¿“El hombre es malo por naturaleza”? Posiblemente la respuesta sea que no, pero eso no implicar negar la existencia de una naturaleza humana. No es que no nos creamos que somos todos iguales, es que sabemos que los demás no son nosotros y esto es fácilmente constatable en el día a día, pues se encuentran allá afuera.

¿Se podría decir que el hombre es egoísta? La respuesta a dicha pregunta es intrascendente ya que no podemos planteárnosla aplicándola a todos los actos cotidianos potencialmente injustos. El hombre es el hombre, ¿y cómo son los hombres? (Disculpas a las feministas por la frase anterior)

Para empezar tenemos piernas, a diferencia de una planta que puede esperar a que le llegue todo lo que necesita, el ser humano tiene grabado en la impronta de su ser la movilidad y la búsqueda. Hace casi 6000 años que no somos nómadas, en general, pero la evolución de nuestra especie no parece abocarnos a la pérdida de nuestras queridas extremidades.

El ser humano no excreta las grasas que no necesita, en realidad las acumula generando riesgos para su propio organismo, está es la huella que milenios de hambrunas dejaron en la anatomía de los mamíferos.

Las mujeres tienen la pelvis estrecha, esto hace que los bebés nazcan muy poco desarrollados, de hecho si lo pensamos bien, creemos que es una atrocidad que viva independientemente un humano de menos de ¿cuántos años?

Esta fisionomía pélvica seguramente es el precio por caminar erguidos, que yo sepa la principal razón por la que un individuo anda a dos patas es para poder vigilar y protegerse de los depredadores, pero también es una ventaja respecto a los competidores.

Se aduce a menudo a que somos unos consumistas y despilfarradores, ¡y tanto que lo somos! ¡Somos incapaces de aprovechar la glucosa de la celulosa, que no deja de estar formada por largas cadenas de moléculas de glucosa enlazadas! Por eso no somos herbívoros.

Llegados a este punto muchos invocarán el poder de la razón del que tan orgullosos estamos como especie. ¿Y dónde está la razón? Las herramientas que empleamos para caminar, la grasa que innecesariamente acumulamos, nuestra pose estirada y estrecha y nuestra dieta basada en comer de todo porque no aprovechamos de verdad nada son fácilmente localizables o vinculables a órganos, encimas, procesos... ¿Hemos de suponer que la razón está en el cerebro? Éste está construido a partir de la misma herencia genética que todo lo anterior, ¿de verdad alguien puede afirmar que cerebro y cuerpo no se complementen a la perfección?

Si algo nos enseña nuestro cuerpo es que no podemos predecir el futuro y que, al mismo tiempo, nos preocupa. Nuestra memoria no son archivos o disquetes de células, se basa en la asociación neuronal formada por millones de conexiones. ¿Qué pesará más: el recuerdo de lo que en cierto momento podemos razonar que está bien y sería justo o la inercia de millones de años de evolución modelando cada micra de nuestra compleja estructura?

Disculpad si no cito (creo que se trataba de Rousseau), pero recuerdo vagamente en mi libro de tercero de B.U.P. de filosofía que un pensador decía que la solidaridad desinteresada no existe que lo que hay es compasión (‘sentir con’) basada en ver nuestro propio reflejo en el que sufre, por eso nos acostumbramos a ver en televisión el sufrimiento y la desdicha, porque llega un momento en el que sabemos que ellos no son nosotros y ése es un sentimiento reconfortante.
Hablando de televisión aprovecho para terminar citando al Dr. House: “casi morir (yo añadiría imaginar morir) no cambia nada, morir lo cambia todo”.

NOTA: No pretende ser, este texto, una justificación para aquéllos que disfrutan o se lucran de los males ajenos. Tampoco quiero decir que es más humano ignorar la desdicha del que ha tenido que vivir de una manera miserable. Sólo es un intento de arrojar un poquito de luz en los porqués de nuestros comportamientos (siempre desde mi conocimiento limitado y nada especializado), atrincherándome en la máxima de que saber cómo funcionan las cosas es el mejor utensilio para lograr hacerlas mejores.

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