martes, 9 de junio de 2009

Costumbres responsables ante los medios

Cuatro horas y media pasamos los murcianos frente al televisor todos los días. Parece una locura, sobre todo si vemos la oferta y las opciones... Que sí, que la oferta es variada (o casi), y todo eso, pero parece mentira que dediquemos tanto tiempo a este menester. Lo mismo sucede en el resto de las Regiones españolas, con las que, en este caso, andamos muy parejos. Seguramente habría que hacer matices sobre este aspecto cualitativo, pero es tan aplastante que, con prontitud, lo que tenemos que realizar son sugerencias y soluciones solventes a lo que es algo poco racional, sobre todo cuando observamos que el tipo de programas que más se ven tienen poco en común con contenidos edificantes del espíritu y de la personalidad de cada cual. Desde luego a la buena vecindad, a ojo de buen cubero, no parece que contribuyan los espacios convertidos en paladines por obra y gracia de las ingentes cifras de audiencia.

Desafortunadamente, esto no es nuevo. Desde que el fenómeno televisivo comenzó a extenderse, de manera imparable, en los años 50, pocos instrumentos de influencia se han apoderado tanto de nuestros gustos, de nuestros tiempos, de nuestros quehaceres, marcando modas, estirando opciones, buscando cómo engatusarnos, y, lo que es peor, ganando la partida a las grandes masas, que son su vocación (recordemos: medios de comunicación de masas es la denominación).

Es verdad que muchas personas se han fugado, en un auténtico frenesí, a otros medios alternativos, fundamentalmente a ese instrumento emergente en el que convergen todo lo periodístico y todo lo comunicativo de etapas anteriores: nos referimos a Internet. La fragmentación de audiencias es un hecho, como lo es la pérdida de credibilidad de las propias empresas, de sus profesionales, teniendo como causa la debilidad de muchas programaciones en el caso de lo audiovisual. ¿Cómo se puede vivir sin credibilidad? Mi padre, sin ir más lejos, no lo entiende. Siempre ha creído él, como yo, en el valor de la palabra.

Frente a este panorama de excesos en el consumo, también en la oferta mediocre, solo queda volver a una de las bases del desarrollo humano, esto es, la educación. Sí, sí, la educación, como oyen. No miremos para otro lado, que hay mucho en juego. El aprendizaje de los medios, por los medios, desde los medios, es todavía una asignatura pendiente que produce determinadas distorsiones que hemos de solventar. No es posible que no actuemos ante un panorama que nos hace daño a todos. Con el tiempo se producirá un distanciamiento irreparable entre los gustos, el consumo real y lo conveniente para todos, para la sociedad en su conjunto. Hay que detener esta dinámica desde la responsabilidad común, sin injerencias extrañas.

Formar al ciudadano

Por si alguien no lo tiene claro, resaltemos que no se trata de evitar determinados contenidos en televisión (eso lo deben decidir los propios medios en cumplimiento de la legislación vigente), sino de adecuarlos a ciertas franjas y trazando ese escenario de seguridad en el que el telespectador tenga la suficiente información y formación para elegir él, y sólo él, lo que le conviene. Hay que formar en el consumo de medios, en su aprehensión, de manera que el ciudadano y la ciudadana sean capaces de optar por un menú televisivo plural, equilibrado, compensador en la configuración de sus personalidades.

La consideración trufada de sensibilidad en la difusión de determinados contenidos a ciertas horas, procurando no herir ideas y espíritus en momentos de consumos punta, la protección de la infancia, así como de las minorías y de todas las interpretaciones sociales, religiosas, etc., siempre desde el respeto a la democracia, a la libertad, al derecho a la crítica constructiva y fortalecedora de la realidad, han de ser las premisas de un comportamiento profesional que ha de mirar los intereses societarios como base de su actividad. Reiteremos, como señala Desantes Guanter, que lo más importante en la actividad periodística es el sujeto universal de la información, esto es, el público, la ciudadanía.

Con esa mirada y perspectiva hemos de contribuir, también desde los medios de comunicación, a que el ciudadano no se sienta indefenso y solo ante una realidad periodística que busca el consumo por el consumo, así como la pasividad y un cierto inmovilismo. Hagamos que, en ese aprendizaje, todos nos mejoremos. Podemos. Debemos.

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