miércoles, 15 de julio de 2009

Entender o no entender



Con el siguiente monólogo (vídeo en inglés) empieza la excepcional película de Paul Thomas Anderson, Magnolia (1999):

En el New York Herald del 26 de noviembre del año 1911, hay una noticia del ahorcamiento de tres hombres, murieron por el asesinato de Sir Edmund William Godfrey, esposo, padre, farmacéutico y todo un caballero residente en Greenberry Hill, Londres. Fue asesinado por 3 vagabundos cuyo móvil fue el simple robo. Fueron Identificados como Joseph Green, Stanley Berry y Daniel Hill. Green, Berry, Hill. Me gustaría pensar que fue sólo una cuestión de azar.

Tal y como informa el Reno Gazette en junio de 1983, hay una historia de un incendio, el agua necesaria para apagar el fuego y de un buzo llamado Delmer Darion. Era empleado del hotel y casino Nugget en Reno, Nevada, dónde trabajaba como couprier. Muy Apreciado y considerado como un hombre dinámico, alegre y deportivo. La verdadera pasión de Delmer era el lago. Según el acta del forense, murió de un ataque al corazón. Pero lo más curioso es la nota de suicidio al día siguiente de Craig Hansen, un voluntario para combatir el incendio, padre de cuatro hijos abandonados y con cierta tendencia a la bebida.

El Sr. Hansen fue el piloto del avión que por accidente sacó a Delmer Darion del agua. Además la atormentada vida del Sr. Hansen se había cruzado con la de Delmer Darion tan sólo dos noches antes.

-Sólo necesito un dos.
-Sólo necesita un dos.
-Eso es todo lo que necesito
-Muy bien llego el momento de la verda
-Eso es un ocho.

Ante el peso de la culpabilidad y la magnitud de tamaña coincidencia Craig Hansen se quito la vida. Y yo intento pensar que fue sólo una casualidad.

La anecdota que conto en 1961 durante una entrega de premios de la Asociación Americana de Ciencias Forenses, el Dr. John Harper, presidente de la asociación, empezó con un simple intento de suicidio. Sydney Barringer de 17 años, en la ciudad de Los Angeles el 23 de marzo de 1958.

El forense dictaminó que un suicidio sin éxito se había convertido de repente en un homicidio con éxito. Me explico, el suicido quedó confirmado por una nota hallada en el bolsillo derecho de Sydney Barringer. Al mismo tiempo que el joven Sydney estaba en la cornisa de aquel edificio de nueve pisos una discusión subía de tono tres más abajo. Los vecinos escucharon, como ya era habitual, las discucion de los inquilinos y no era nada extraño que se amenazasen con una escopeta o con una de las muchas pistolas que guardaban en la casa.

- ¡Atrevete!
(Y cuando la escopeta se disparó por accidente...)
- ¡Callate! ¡Eres un cerdo!
(... Sydney pasaba por allí.)
- ¿Qué?
- ¡Calla de una puta vez!

Además, los dos inquilinos resultaron ser Fay y Arthur Barringer. La madre de Sydney. Y el padre de Sydney. Al ser acusada de los cargos, después de que la policia le diera muchas vueltas a la situación, Fay Barringer juró que no sabía que el arma estaba cargada.

- No lo sabía
- Siempre me amenaza con un arma, pero no las tengo cargadas.
- ¿Y uste no cargó el arma?
- ¿Porqué iba a cargarla?

Un niño que vivía en el edificio, visitante ocasional y amigo de Sydney Barringer dijo que había visto seis días antes como cargaban la escopeta. Al parecer las discusiones, peleas y tanta violencia eran demasiado para Sydney Barringer y conociendo la tendencia de sus padres a pelearse decició hacer algo.

- Dijo que quería que se mataran entre sí, que lo único que deseaban hacer era matarse. Que él los ayudaría si eso era lo que querían.

Sydney Barringer salta de la azotea del noveno piso. Sus padres discuten tres pisos más abajo. El disparo por accidente de su madre alcanza a Sidney en el estomago cuando pasa por la ventana del sexto piso. Muere al instante pero sigue cayendo, para dar tres pisos más abajo con una red de seguridad instalada tres días antes, para un grupo de limpiaventanas que hubiera amortiguado su caída y le hubiera salvado la vida de no ser por el agujero que tenía en el estomago. De modo que Fay Barringer fue acusada del asesinato de su hijo y Sydney Barringer fue declarado cómplice de su propia muerte.

Y en la humilde opinión de este narrador, eso no es algo que simplemente pasó. Esto no puede ser 'Una de esas cosas'. Esto, por favor, no puede ser eso. Y por lo que a mí respecta, no puede ser. Esto no fue sólo una casualidad, ¡por Dios! que no puede ser una casualidad. No. Estas cosas extrañas suceden a todas horas.



En las últimas semanas han llegado a nosotros dos noticias que recuerdan, de un modo quizás más real aunque quizás no, a las historias del comienzo de Magnolia:

  • Huir de una muerte segura, 228 víctimas lo garantizan, en el Atlántico infinito para morir a los pocos días, ni dos semanas después, en una angosta carretera austríaca.
  • La primera muerte por gripe A en España, tras ser dada de alta en tres hospitales, y una cesaria de urgencia; el primer día en neonatos de una joven enfermera; ¿el 'cable' verde o el 'cable' azul?; una muerte atroz: papilla en vena.

P.D.: un saludo para Gabriel Azorín que me dio pie para hacer esta entrada y un corte de mangas a los exámenes que la retrasaron.

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