viernes, 7 de septiembre de 2012

¡Vergüenza!


Paremos, por favor. Sólo nos hemos de dar un instante eterno para reflexionar sobre uno de los últimos episodios vergonzantes para la raza humana: me refiero a la guerra fratricida en Siria. Se trata de un conflicto que ha costado 18.000 muertos, que se han producido en un período de 17 meses. Se insiste también en que habría más de 200.000 desplazados o refugiados en países del entorno. Los datos son de la Organización de las Naciones Unidas. Aparecen en todos los medios de comunicación día tras día, como parte del entorno social que estamos creando en esta contradictoria globalización.

Las dos partes en conflicto se están matando en una lucha, dicho sea de paso, absolutamente desproporcionada, mientras las instituciones internacionales debaten sobre qué hacer, casi como esos buitres del Libro de la Selva, que se pasaban toda la jornada preguntándose qué podrían realizar sin obtener más respuesta que el mismo cuestionamiento.

Las televisiones de todo el mundo nos cuentan a diario, y nos muestran en sus informativos, unas imágenes de absoluta y absurda impunidad y de vergonzantes matanzas que no parecen tener fin. Hay atentados por doquier, en un enfrentamiento desigual que, como siempre, paga la sociedad civil. Se repite una locura de muertes que nos bañan en lo más ignominioso.

El papel de la ONU, una vez más, ha sido de invitado inútil para conseguir llegar a un acuerdo. El protagonismo de China y de Rusia, con sus derechos de veto de carácter feudal, demoran una solución a una pugna que cuesta vidas todos los días, muchas vidas humanas.

Es verdad que hay condenas de diversas instituciones supranacionales, entre ellas la Liga Árabe, y hasta un ciudadano tunecino se inmoló buscando más protagonismo y movilización para detener el conflicto armado sirio, pero no ha podido ser. Bueno, entendemos la mayoría de la ciudadanía mundial que no se ha querido: no se ha consentido presionar como se debería al régimen de Bachar el Asad para poner fin a esta catástrofe humana.

Los cadáveres se siguen apiñando, día tras día, por las principales ciudades de Siria, unas imágenes que se ofrecen en horas de máxima audiencia, y dan, claro está, más audiencia. El ser humano (no es cuestión de cambiar la denominación ahora y aquí, pero es lógico pensar en su carácter paradójico) experimenta un desequilibrado deseo de ver lo repugnante, y, aunque todos lo negamos, los datos de los medidores de audiencia, de esos condenados audímetros, son implacablemente certeros a la hora de perfilar a los consumidores de la televisión. Una contradicción más.

Ha habido soñadores desde que el mundo es mundo, y, fundamentalmente, en los últimos siglos, con los avances, con los nuevos descubrimientos técnicos, médicos, mecánicos, informáticos, etc., que nos han llevado a pensar que los conflictos armados llegarían a su ocaso. Lejos de ser así, tenemos actualmente más de 30 guerras vivas, con millones de muertos y de desplazados por doquier, con una ruptura de la razón que, como a Francisco de Goya, nos produce monstruos. Lamentable.

Entretanto, sigue la Guerra Civil en Siria, una guerra cercana por geografía, por historia, por intereses globales, por el desprecio que supone hacia los hombres y mujeres que creemos en la igualdad, en la fraternidad y en la libertad de los pueblos. Las revoluciones francesa y americana, con el tiempo, nos quedan distantes hasta en el espacio.

Es una vergüenza que nos escondamos tras el parapeto del odio, de la negligencia, y de los objetivos económicos, en forma de actitudes pacifistas y pseudo-democráticas de respeto a la soberanía de cada nación. Por encima de las leyes injustas y de los desalmados están nuestros conciudadanos, que no pueden ser discriminados por razones de su raza, de su credo, de su nacionalidad o por otras consideraciones. Merecen la paz, merecen vivir, y merecen saber que somos capaces, desde la inteligencia, de darles, de darnos, una segunda oportunidad. Si ellos no la tienen, nosotros lo tendremos difícil para dar con opciones y suficiencias. Sé que los cálculos de los que manejan geo-estrategias son otros, pero, creedme, como bien sabéis, están equivocados, muy equivocados.

Juan TOMÁS FRUTOS. 

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