Supongo que les ha pasado lo que a continuación les
enuncio. Alguien les escribe o les dice (si lo escribe es peor, pues lo ha
pensado más) algo que es absolutamente la antítesis de lo que defendió en otro
momento, de lo que sostuvo cuando discutía con usted, de lo que mantenía cuando
las cosas le iban de otra manera (probablemente mejor que a usted, amigo). Uno se
queda con cara de póquer, con una cierta perplejidad, pues alucina con el
cinismo con el que se topa. Más aún cuando la vivencia le recuerda aquello que
subrayaba Kapuscinski respecto de los cínicos. Ante ello no siempre, o casi
nunca, sabemos qué hacer.
Parte del problema es ése: nos faltan valentías ante
los insanos que perturban y siguen perturbando con sus adaptabilidades, con sus
curvas de felicidad, con sus vaivenes en pos de triunfos que no buscan el bien
social, sino el suyo propio. Es lamentable, pero así ocurre.
No hace mucho leí que hay gentes que, cuando te ven
valiente, te dicen que no te atrevas; cuando luego avanzas, te dicen por dónde
caminar, y, cuando se produce el éxito, te cuentan que estaban contigo desde el
principio. Más cínicos todavía que los mencionados antes.
Los hay también que rompen la baraja, y, con el
tiempo, se quejan de que se haya llegado a ese estado de la cuestión, como si
ellos no hubieran hecho nada por y para provocar las circunstancias que se
deciden a criticar con el propósito de quedar bien (“de dulce”) con su particular
grupo de pacientes ciudadanos. La vida nos coloca en el camino a estos duales,
que son así porque les dejamos que lo sean. Somos, en eso, como en otras
circunstancias, demasiado permisivos.
Es cierto que nadie está por encima del bien y del
mal, pero es igualmente verdad que se dan algunos tipos que son “para ponerles
de comer aparte”. Tienen peligro hasta cuando duermen, y tienen peligro porque
les consentimos mucho con nuestras apatías, con nuestras negligencias, con el
dejar hacer, con ese pensamiento de que otros vendrán…, con el ya pasará el
tiempo y todo cambiará… Lo dicho: los soportamos en exceso.
No hablo exclusivamente, únicamente, de gentes
grandes en puestos grandes. Dejo ese estadio
para los que saben más que yo. Hablo de intrahistorias, de seres menores
en mundos menores, que contribuyen a debilitar el sistema y a hacer más fuertes
a quienes menos lo merecen. Hablo, desde luego, de personas con una ínfima
visión social y con un gran calado individual o individualista (“por sus hechos
los conoceréis”). Seguro que a usted, querido lector, se le ocurre alguien con
el perfil que estoy glosando.
Buscar
la suerte
Con seguridad, la vida es una cuestión de suerte,
pero igualmente es un hecho que ésta debemos buscarla, al menos hasta cierto
punto. Elegir supone voluntad y compromiso, y la una y el otro nos regalan,
cuando logramos que nos acompañen, unos óptimos beneficios en forma de paz y de
felicidad, aunque no tengamos otros elementos más tangibles. Los buenos amigos
han de ser medidos con esos valores.
Creo que hay etapas en la vida (ésta puede ser una
de ellas) en las que nos hemos de olvidar de los funestos y dejarlos aparcados
de nuestras sendas cotidianas. Seguro que en el medio y largo plazo nos
brindará esa actitud una recompensa divina. Hemos de frecuentar, a mi juicio,
la jovialidad más auténtica y la salud verdadera de no viajar con los
contaminados con las medias verdades, con los hechos en los que no creen, o con
las palabras que jamás serán realidades. Pongamos distancia respecto de los
cínicos.
La vida es un azar, sí, pero no ha de estar esa
fortuna, la nuestra, la de todos, en sus manos. No la merecen. Los hemos
aguantado durante mucho tiempo, demasiado, y no han de continuar ni un segundo
más en nuestras vidas. Progresar es asumir que algunos deben quedar atrás.
Juan
TOMÁS FRUTOS.
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