Si
algo descubrimos con el paso de los años es que no hay recetas mágicas. Sólo
hay vida para experimentar, para acertar, para fracasar, para disfrutar los
pros y los contras, procurando siempre que, por lo menos, quedemos en paz a lo
largo de los días con un poco más en forma de aprendizaje, de familia, de
progreso personal, intelectual y hasta económico. El equilibrio en todo esto nos
da la virtud de la dicha, que no siempre aparece por la búsqueda incansable en
la que nos introducimos en la rutina cotidiana.
Perseguimos,
desde que tenemos uso de razón, tablas de salvación, imágenes y contextos, hechos,
con los que avanzar. Portamos y dejamos una estela pasajera y, en ocasiones,
sin poderlo definir, un plano abandonado o trasero. La existencia, en su
sencillez, nos transporta a su albedrío, pese a nuestros intentos de superación.
Hay caprichos que nos ganan la partida. Pese a todo, el intento ha de darse.
Efectivamente,
toda la vida es una búsqueda, sin que a menudo sepamos muy bien qué es lo que
necesitamos para sentirnos dichosos, mesurados, contentos, en paz. El periplo se
define en el afán de procurarnos una dosis de calma y de progreso interior, a
lo cual todos aspiramos como muestra de que hacemos los deberes de la mejor
manera posible.
Los
lenguajes de derrotas de quienes creen en las competencias y en las analogías inútiles
nos conducen por vericuetos que no siempre comprendemos. Hemos de disponer del
tiempo suficiente para conocer los recovecos del corazón, lo que somos y lo que
pretendemos. La felicidad tiene caminos que debemos interpretar.
Las
sendas para la salubridad espiritual, para la salud física, para proseguir
entre los eventos que nos complacen, no son sencillas. Si lo fueran, no
estaríamos en esta crisis que nos devora. La falta de valores nos dificulta las
salidas, que no siempre hallamos porque tampoco tenemos muy claros los puntos
de partida y hacia dónde marchamos. Las preguntas bien formuladas ayudan en la
persecución de respuestas. Hemos de dedicar horas a ello.
La
formación, la voluntad y la paciencia son tres baluartes para esa equidad y esa
jovialidad que tanto perseguimos. Hemos de cultivar esos conceptos realizables para
que sean costumbres incardinadas en nuestro día a día. Los hábitos, a menudo
costosos por el esfuerzo y desgaste de energías, implican una labor perenne.
Derecho
a la alegría
Las
celeridades actuales que nos imprimen compromisos relativos no son asideros fuertes
para sostener el contento al que tenemos derecho y que es garantía de futuro.
Estando alegres podemos hacer más y mejores cosas, durante más etapas, y con
más soltura y creencia en nosotros mismos. El resultado, por lógica, será más
satisfactorio que si nos comportamos con otro proceder.
No
hay una salvación clara en nuestras vidas. Lo único en lo que no debe haber
vacilación es en que debemos optar desde la máxima gratitud y con el anhelo de
hacer el bien a nuestro entorno y a nosotros mismos. La existencia es una
fragancia natural que hemos de procurar que nadie contamine con travesuras e
incordios que no nos trasladan a nada bueno. Activemos las inocencias y el amor
como cimientos para un porvenir mejor.
Creer en el ser humano
es ya un gran paso, probablemente el definitivo, para saber que podremos vivir
en un mundo donde el sustento sea la concordia y la convivencia desde la
empatía y la asimilación de los objetivos del conjunto de la sociedad.
Contemplarnos así es ver que, con sinceridad, podemos ante todo.
Juan
TOMÁS FRUTOS.
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