La vida está llena de encuentros, de opciones, de
hallazgos, pero también de olvidos, de pequeños y grandes olvidos. Sin darnos
cuenta, dejamos atrás unos estudios que no cuidamos, no rememoramos ese trabajo
que jamás llegó, y también queda en la nebulosa aquella mujer o aquel hombre
que nos amó y que permanece anulado por el paso del tiempo, así como “guardamos”
unas cuantas ilusiones, unos inciertos amigos, unos numerosos conocidos, a la
par que unos elementos de dicha… sin que los podamos localizar. Nos decimos, de
vez en cuando, que no hay tiempo para ello. Las oportunidades en ese mundo que
hay fuera, parafraseando a Rosales, o dentro, que nos diría Teresa de Jesús,
pueblan los universos que nos envuelven con sus mantos coloridos.
domingo, 6 de octubre de 2013
Olvidos
Podemos contabilizar, en lo cotidiano, olvidos de
todo tipo, algunos de ellos cercanos. Hay sueños que quedaron en la libreta de
bachillerato, o en una carta de amor que nunca salió de nuestro escritorio, y
que ahora no sabemos si existe, ni dónde, y puede que tampoco el porqué.
Aletean en alguna parte alegrías y dolores que quedaron atrás, en esa búsqueda
del no riesgo para no sufrir. ¡Qué paradoja! Hemos incluso perdido esas enormes
ganas de comernos el cosmos de nuestro entorno, que estaba siempre repleto de
sustancias gustosas. Parece no haber ni apetito.
Nos han vendido, y hemos comprado, ese hábito de
atar todo para no tener nada. Necesitamos costumbres que nos den sosiego,
aunque éste no nos dé siempre la dicha, sobre todo cuando no hemos defendido
y/o disfrutado de la justicia (no hemos sabido, podido o querido), por la que
siempre hemos de bregar. A veces, esto también se olvida, en aras de lo
establecido, de lo que funciona, de lo colectiva o socialmente correcto.
Olvidamos también la importancia de la educación, del
esfuerzo personal y de conjunto, de la honestidad, de la decencia, de no hacer
daño a los otros, de ayudar, de dejarnos llevar por la jovialidad y el
optimismo… Hemos de pensar igualmente en los que menos tienen, en los que andan
solos, en los que no saben o no pueden de verdad, en los que tienen ocasiones
que no aprovechan, en los que jamás podrán tenerlas, en los que apenas ven la
luz porque no interpretan sus bondades, en los que no albergan esperanzas… No
deben ser nuestros olvidados.
Somos
afectos
Hemos de preocuparnos de los últimos, que han de
ser los primeros, aunque sea por
compensar otros ignotos azares. Debemos imprimirnos entusiasmo, que nunca ha de
quedar en un cajón, pues es un maravilloso antídoto ante los avatares y
sinsabores de la vida. Hemos de tener energías a mano ante los obstáculos. No
dejemos en estadios, etapas, edades u hogares inexistentes esas pilas que
precisamos frente a las frustraciones que nos puedan asaltar con sus
vacilaciones pesadas.
No olvidemos jamás a los hermanos que nos necesitan,
ni a los niños, ni a los mayores. Fuimos y seremos entre ellos. Nos gustaban
sus conductas, y nos complacerán sus iniciativas futuras. Somos afectos, y
hemos de cultivarlos. Meditemos sobre ello.
Hemos de poseer buena memoria para que lo cotidiano
y sus rutinas, así como sus aspectos mordientes y agridulces, no nos rompan la
sonrisa. Un día sin reír, leía en el muro de una amiga en Facebook, es un día
perdido. Creo que citaba a Chaplin, pero, ante todo, aludía a lo más obvio.
Hemos de ser sinceros con nosotros mismos, y tener presente cuál es nuestra
vocación: la paz y la calma compartidas con el aprendizaje y el progreso.
Localizamos un peligro muy claro y patente en las
sociedades actuales, que cuando no se preocupan de ganar mucho, se preocupan
por ganar poco, y, en medio, quedan los que padecen los vaivenes en primera
persona (son la mayoría), que ven que las crisis, además de cíclicas, son
hirientes en la dignidad humana.
En esta experimentación de eventos lacerantes, en esta
coyuntura/estructura en la que estamos pendientes del trabajo, de muchas
tareas, de progresar o de involuciones, de éxitos o de fracasos, de tener o no
tener, de importancias relativas, etc., se nos puede olvidar vivir, como rezaba
aquella canción de mi infancia.
Ante todo, debemos demostrarnos que somos. No
olvidemos que la existencia es eso que pasa mientras hacemos planes sobre ella.
Es cierto que no aprendemos de miserias o errores ajenos, pero quizá convendría,
tras lo ocurrido en los últimos años, que anduviéramos en pos de una
mansedumbre mayor, de plazos más cómodos, y de caminos más equilibrados y menos
sinuosos. Resaltemos que todo principio tiene su fin, y que por el trecho está
lo más importante: nuestra vida.
Juan
TOMÁS FRUTOS.
Publicado por jtomas@um.es a las 11:14
Etiquetas: Artículos de Juan Tomás Frutos
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