Estamos en un eterno juego de intereses. Esto no es
ni bueno ni malo. Todo depende de la perspectiva o de la óptica que impriman
nuestros movimientos, actuaciones o pensamientos en esa persecución. Lo del
punto intermedio como virtud, que tanto repetía Aristóteles, constituye una
verdad con la que laborar. Mediemos.
Obviamente debemos tener interés en estudiar, en
saber más, en conocer otros mundos, en tener un trabajo en condiciones, en
prosperar, en salir adelante… Parece lícito que nos mueva ese “cupiditas”
(sentimiento), que nos puede desplazar a una mayor velocidad y con un más alto
poderío. No es reprochable que uno quiera evolucionar y progresar, pero el
consejo es evitar sobresaltos.
Lo que no nos vale es esa frase de aquellas autoridades
medievales que señalaban que “el fin justificaba los medios”, pues tanto los
objetivos como los instrumentos utilizados pueden ser ofensivos y demasiado
peligrosos en lo individual y hasta en lo social. El interés, entendemos, no
debe ser tan elevado que paguemos un coste aborrecible. Nos valdría incluso como
ejemplo el referido a las cuestiones financieras: no debe sobrepasar, la cuota
abonada a un banco, un régimen de cierta normalidad.
Estas reflexiones se presentan por el hecho de ver
que los entornos se llenan de intereses que no siempre tienen la buena
intención que nos gustaría. Hay supuestas amistades que se empeñan en sacar partido
a cualquiera de sus relaciones en un proceso que parece no tener fin, lo cual
aboca a un compromiso imposible de afrontar.
Buscar la equidistancia entre nuestros propósitos y
pronósticos desde la moderación suficiente para aportar dosis proporcionadas de
espíritus y de razones puede ser una buena estrategia. Pongamos cercanías y
distancias, según proceda, entre las metas cuando éstas sean individuales, para
que a la postre no nos perjudiquen y para que nos den esa incardinación
societaria que nos regala dicha suprema.
Escuchar a los demás también contribuye a vislumbrar
nuestros intereses en función del sistema social. No son ni mejores ni peores:
son los nuestros, y por eso han de complementarse, fundamentalmente si queremos
que se prolonguen en el tiempo. Ser proactivos está genial, siempre que no
rompamos las fichas del juego mancomunado. Meditar sobre lo que desarrollamos y
acerca de lo que realizan los otros es un punto extraordinario en la búsqueda
de lo anhelado.
Avanzar
sin dañar a nadie
Es obvio que sin intereses no se ha transformado la
sociedad. Incluso la naturaleza humana es sabia, y se producen vaivenes que corrigen
cualquier desmedida o exceso. En paralelo parece deseable que pongamos la
cabeza oportuna para no dañar ni generar pena mientras vamos hacia el porvenir
que ha de gestarse con flores esbeltas en vez de marchitas o rotas por la
virulencia de un determinado proceder. No es cuestión de ganar horas
aceleradamente sacrificando cuanto surja en nuestro camino.
Parte de la crisis actual, como se suele repetir, es
por el derrumbe de valores sociales a causa de los intereses individuales. El
egoísmo, entendible hasta cierto punto, nunca justificable, es la base de
tantos tropiezos y vueltas a comenzar. Los países, las Administraciones, los
mejor situados, los que están arriba del todo, las grandes entidades, los
fuertes, los que aspiran a serlo, los que quieren sin saber por qué, los que
pierden sin motivos o con ellos, los excesivamente valientes, los cobardes, los
que son o aspiran a ser en función de cargos y responsabilidades, los que no
palpan básicamente la vida… se empeñan en superar barreras para colocar y
colocarse otras en lo inmediato, en lo que nos podría dar la felicidad de un
modo sencillo. Luego la historia pasa, y no siempre nos otorga nuevas
oportunidades.
Sin duda, el mayor interés debería ser la paz, la
justicia social, el reequilibrio en la ciudadanía, así como el quehacer unánime
por los más débiles, esto es, el objetivo primordial debería ser estar bien,
como nos confesaba el recordado Paco
Rabal en su genial película Pajarico.
La existencia no es más, ni menos, claro. Pretendamos lo bueno, y todo lo demás
se derivará en el porcentaje que nos toque.
Juan
TOMÁS FRUTOS.
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