viernes, 28 de marzo de 2008

Fotos que hicieron historia (9) Esta y la 7 son las que más me han dolido

Acechando la muerteslide0010_image050

Novena entrega de la colección de fotografías que hicieron historia. Imagen especialmente conmovedora, y es increíble que sigan pasando estas cosas en el mundo donde vivimos. No somos capaces de hacer nada, solo criticar la situación para que no se repita, pero sabemos que seguirá pasando. Que una falla, una campaña electoral o unas fiestas patronales de un municipio cuesten un millón de euros no tienen nada que ver, claro.

En 1994, el fotógrafo documentalista sudanés Kevin Carter ganó el premio Pulitzer de fotoperiodismo con una fotografía tomada en la región de Ayod (una pequeña aldea en Sudán). La imagen recorrió el mundo entero y en ella puede verse la figura esquelética de una pequeña niña, totalmente desnutrida, recostándose sobre la tierra, agotada por el hambre, y a punto de morir, mientras que en un segundo plano, la figura negra expectante de un buitre se encuentra acechando y esperando el momento preciso de la muerte de la niña. Cuatro meses después, abrumado por la culpa y conducido por una fuerte dependencia a las drogas, Kevin Carter se quitó la vida. Se puede decir que esta foto acabó con la vida del fotógrafo también.


Kevin Carter
La historia de un fotógrafo que odió su foto más importante

Kevin Carter (13/09/1960, Johannesburgo, Sudáfrica - hasta el 27/07/1994, Johannesburgo) fue reportero gráfico ganador de un premio Pulitzer en 1994.

Su trabajo más importante fue la fotografía de una niña sudanesa famélica tras la cual se encontraba un buitre al acoso. La fotografía fue publicada por primera vez en el New York Times el 26 de marzo de 1993 y posteriormente recorrió el mundo entero. Carter recibió por ello el premio Pulitzer.

Para la consecución de una foto mejor esperó unos veinte minutos a que el buitre abriera sus alas, lo cual no llegó a ocurrir. Se sabe poco sobre qué fue de la niña. Según Carter, se recuperó lo suficiente para seguir su camino. Sin embargo, fue objeto de duras críticas por aprovechar la situación para su propia fama, llegándose a comparar al fotógrafo con el buitre.

Es la foto más importante de mi carrera pero no estoy orgulloso de ella, no quiero ni verla, la odio. Todavía estoy arrepentido de no haber ayudado a la niña

Estas son las palabras del fotógrafo Kevin Carter tras recibir el Premio Pulitzer de fotografía en mayo de 1994, catorce meses después de tomar la foto en Sudán durante la gran hambruna.

Tras ello, pasó de reportero a fotógrafo de naturaleza. Finalmente por la presión de las críticas y por la muerte de un amigo, Ken Oosterbroek, asesinado, el 18 de abril de 1994 durante un tiroteo que cubría en Tokoza, Johannesburgo, Kevin Carter se quitó la vida dos meses después cerca del río donde jugaba cuando era niño, tras aparcar su furgoneta y enchufar una manguera al tubo de escape.

Obtenido de "http://es.wikipedia.org/wiki/Kevin_Carter"

 

Versión Opuesta de Crónica elmundoes

Domingo, 25 de marzo de 2007, número 595

TESTIMONIO / SOBRE LA NIÑA Y EL BUITRE

 

Carter no se suicidó por esta foto

LOS PERIODISTAS españoles que hicieron otra instantánea donde Carter captó la foto que le valió el Pulitzer desmontan la leyenda negra. La niña no agonizaba, defecaba. El fotógrafo espantó luego al buitre. Por José M. Arenzana y Luis Davilla

El español Davilla captó, mese después, una escena similar a la que ganó el Pulitzer (arriba).

El español Davilla captó, meses después, una escena similar a la que ganó el Pulitzer (arriba).

 

«La foto de Kevin Carter debería haber sembrado de silencio el mundo. Pasó todo lo contrario. Desató una tromba de chismorreos y palabrería que tras casi 15 años abrasa todavía foros de Internet e invade seminarios. Gañanes de la opinión, evangelizadores laicos, moralistas progres, bienpensantes reaccionarios, profetillas pichaflojas y hasta algún periodista de relumbrón reverdecen la teoría de que Carter se quitó la vida por el remordimiento de no haber salvado a la indefensa criatura de esa bestia.

Sí, 16 meses después de aquella foto, la noche del 27 de julio de 1994, su autor, el sudafricano Kevin Carter, que venía de recoger el Premio Pulitzer en la Columbia University, conectó una goma al tubo de escape de su coche, dejó una confusa nota y se suicidó. Tenía 33 años.

Desde que el New York Times publicó la foto (marzo de 1993), millones de personas sintieron un impacto en la barriga, un estremecimiento fugaz que muchos aún perciben como una especie de agresión a una parte íntima de su sensibilidad. Alguien iba a tener que pagar por ello. Hasta que, al fin, Carter, el agresor, pagó su culpa. Ya no tendría forma de defenderse. A partir de ahí, bastaba con repetirle al mundo la milonga hasta la náusea: «Claro, el dilema moral, la culpa, todo eso le condujo a la tumba, bla, bla...». Y siguen.

El fotógrafo Luis Davilla y yo estuvimos en ese lugar meses después que Carter, en julio. Luis retrató una escena parecida y los dos sabemos que no sucedió así. Quienes esparcen la patraña no saben de lo que hablan. O peor: mienten.

A mediados de marzo de 1993, Carter viajó con su colega Joao Silva, un mozambicano recriado en Sudáfrica, al sur de Sudán, un lugar acosado por las hambrunas y el terror de la guerra desde la llegada al poder de los radicales islámicos. Carter y Silva eran dos de los cuatro foteros conocidos en Johanesburgo como el Club del Bang-Bang, gente especializada en retratar la brutalidad durante el fin del apartheid en suburbios como Soweto o Thokoza. Pertenecían a esa clase de reporteros que no se amilanan ni cuando la muerte les mira de cerca o la sangre les salpica la lente. Así ayudaron a enterrar al régimen racista de Pretoria. Por entonces, Ken Oosterbroek, el líder del grupo, el más guapo y equilibrado, había sido dos veces Mejor Fotógrafo del Año. Y Greg Marinovich, el cuarto bang-bang, Pulitzer desde 1991 por una secuencia en la que un miembro del partido Inkhata era linchado, primero a cuchilladas y luego abrasado a fuego.

Cuando Carter y Silva llegaron a Ayod, entre infectos pantanales, a unos mil kilómetros del lugar civilizado más cercano, el poblado funcionaba como feed-center, un centro de alimentación de la ONU. Unas 15.000 personas exhaustas que huían de los combates, con grave desnutrición y enfermedades como la malaria, el kala azar (leishmaniasis) o el gusano de Guinea, se concentraban allí y aquello era un verdadero festival de ayuda humanitaria. Silva y Carter, cada uno por su lado, hicieron fotos toda la mañana de aquel espanto. Cuando se reencontraron, Carter le describió la escena y se sentó a llorar: esperó 20 minutos a que el buitre entrase en plano, hizo la foto, espantó al bicho (o no, qué más da) y se marchó.

OTRO PREDADOR

Durante el año siguiente, Carter se vio alanceado con dilemas y acusaciones obtusas, cuando no estúpidas, de quienes jamás han pisado un escenario semejante, incapaces de imaginarse una realidad tan atroz como la del sur de Sudán, pero que parecían hacerse cargo del vértigo terrible que expresaba su foto. Un insensato llegó a escribir: «El hombre que ha ajustado su lente para captar esa foto es otro predador, otro buitre en la escena». Y yo afirmo: difícil ser más imbécil.

Carter acudió a toda clase de foros para ofrecer su versión de lo sucedido, pero para entonces su vida era un completo desastre. Muchos años antes había intentado suicidarse, fumaba White Pipe, una mezcla de marihuana, mandrax y barbitúricos, tenía graves problemas familiares y una personalidad desordenada, perdía sus carretes de fotos en aviones y aeropuertos, arrastraba depresiones, llevaba una vida caótica y tenía acumuladas experiencias trágicas como para colapsar las consultas de varios psicoanalistas.

Por si fuera poco, el 18 de abril de 1994, Carter dejó a su amigo Oosterbroek y demás bang-bang de guardia en un suburbio de Johanesburgo y se marchó a conceder una entrevista a un colega, pues seis días antes le habían comunicado la concesión del Pulitzer por la foto de la niña y el buitre. En la radio del coche escuchó que Oosterbroek y Marinovich habían sido heridos en una refriega nada más irse él. Voló hacia el hospital, pero Oosterbroek había fallecido. Las preguntas estúpidas siguieron. Y los imbéciles, como carroñeros, haciendo de las suyas.

En fin, ¿qué otra cosa pudo haber hecho Carter por la niña? ¿Espantar al buitre? Al parecer, lo hizo, aunque los buitres (los hay a montones) habrían vuelto de todos modos. ¿Llevarla consigo? Bien, ¿adónde?, porque parece que nuestra conciencia acomplejada pretende imaginar que esa criatura yace en un páramo hacia ninguna parte. No es cierto. Esa criatura, reventada por el hambre y por las diarreas, que a los niños allí les desvencija el ano y les hace colgar una tripa larga pierna abajo, está a unos 20 metros de la puerta del poblado, junto a la empalizada de paja que rodea el feed-center y rodeada de gente que deambula a su alrededor. Nadie la ha llevado hasta allí. Simplemente, esa niña se ha sentado a defecar. Sí, maldita sea, es el estercolero de la tribu, donde todos los suyos, de generación en generación, acuden a realizar sus deposiciones. Son gente educada, al fin y al cabo, con sus normas cívicas, que no permiten que uno haga de vientre en cualquier lado. ¿Será preciso decirlo en plata? ¡Esa niña ha ido allí a cagar! Y el buitre, esa bestia cobarde que parece tan atenta, no hace sino esperar a que la niña le regale su magra ración de carroña cotidiana, como también sucede con la criatura que retrató Davilla en idéntica actitud en ese lugar demoníaco y escatológico.

No, Carter no se suicidó por un remordimiento de esa clase. Se limitó a recortar un trozo de paisaje para servírnoslo a domicilio. La expresividad fue su gran logro, pues la foto ejerce de metáfora certera de una realidad trágica y atroz de una guerra olvidada. No es ningún montaje: sucedió así y Carter sólo nos troceó y nos regaló el significante; el significado lo pusimos nosotros, espectadores occidentales, atormentados por nuestra sucia conciencia y acosados por los problemas de obesidad extensiva desde la tierna infancia. Carter no era otro predador ni el ejecutor de la niña, no, sino su único redentor. La redimió y esparció la culpa al mundo, para que volviésemos los ojos por un segundo hacia la tragedia de Sudán y ayudásemos a esas criaturas a llevar su cruz olvidada. Carter no logró salvarla, pero es que eso ya (a unos más que a otros, desde luego) nos correspondería a todos.

Tres meses después de la muerte de su amigo Oosterbroek, a finales de julio de 1994, Carter recogió su Pulitzer y el día 27, a la vuelta, anotó en un papel que dejó en el asiento del copiloto: «He llegado a un punto en que el sufrimiento de la vida anula la alegría... Estoy perseguido por recuerdos vívidos de muertos, de cadáveres, rabia y dolor. Y estoy perseguido por la pérdida de mi amigo Ken...». El dióxido de carbono de su vieja furgoneta puso el resto, pero no sabemos hasta cuándo los opinadores y moralistas seguirán haciéndole pagar a Carter que nos diese ese aldabonazo y ese susto en la conciencia. De todos modos, los niños y los buitres seguirán estando allí. Aunque Carter ya no esté para retratarlo.

5 comentarios:

Anónimo dijo...

Para nada estoy de acuerdo con lo que comentas. Kevin Carter hizo la fotografía en un lugar donde iban a defecar los habitantes de ese lugar y el niño estaba haciendo eso (cagando) y no meditando sobre su muerte. El buitre estaba al acecho de los excrementos. Me gustaría que buscarás más información en internet sobre el tema. Carter pertenecía al Club del Bang-bang, un grupo de foteros en sudáfrica muy importante.
El diario El Mundo hizo un excelente reportaje sobre esta fotografía en su suplemento crónica de los domingos hace un año o así.

Carris dijo...

Gracias anónimo, he reeditado el post gracias a tu mensaje.
Yo no estuve allí, pero tanto si la niña estaba defecando o esperando su muerte, con solo verle el cuerpo se me cae el alma. ¿Tú defecas así? porque yo no. En cualquier caso la noticia tiene dos opiniones, y yo no le daría tanta importancia a lo que realmente se fotografía, sino al mensaje que esconde detrás: "la muerte de miles de niños por falta de comida".

Anónimo dijo...

Supongo que el hecho de defecar sea un acto tan íntimo como personal. No te voy a explicar la forma en la que yo lo hago (es de suponer que sea similar a la tuya. Siento que te haya molestado tanto -imagino- que haya hecho un comentario. Estate tranquilo, ya no haré más apartes. Un saludo y fuera tensión.

Carris dijo...

Lo siento anónimo, acepta mis disculpas por favor. Para nada me he molestado ni pretendía hacerlo, simplemente no nos hemos expresado bien, o no lo hemos entendido como queríamos.
Mil disculpas, en serio, no dejes de escribir y opinar, el blog es de todos, y para alguien que escribe, no quiero que se vaya por mi culpa.

Ermo dijo...

Joer si que es cierto que se lo tomó algo mal, yo para nada había interpretado que te hubiese molestado su comentario jeje. Y muy interesante la serie de las fotos que hicieron historia, un saludo