El periodismo se ha convertido en los últimos años en algo que se distancia de lo que conocimos hace un par de décadas tan solo. Los principios de respeto a una audiencia amplia y plural se han quedado en un segundo plano en aras de conseguir altos índices de audiencias, que parecen primar sobre otro tipo de elementos y/o factores. Ello nos coloca en un lugar complicado en el que el silencio nos hace cómplices de una realidad que se basa en demasiados excesos. Recordemos, una vez más, que en el punto intermedio está la virtud.
Detenernos de vez en cuando en la realidad que nos circunda es bueno, porque, en todo caso, nos ofrece unas interpretaciones tan sugerentes como necesarias. Meditemos. La observación de la realidad de los medios informativos nos llena de escándalo. Cada vez observamos más ejemplos de un tipo de periodismo que hace daño a la vista, a los espíritus y a lo más básico respecto a lo que debería ser la decencia formativa del telespectador. El periodismo, por así decirlo, tipo espectáculo que nos rodea, sobre todo en la última década, nos ofrece una visión de una sociedad altamente tolerante con unos niveles de agresividad y de insolidaridad sumamente “traumatizantes”, dañinos incluso, perniciosos. Los medios de comunicación, tildados en algunas ocasiones de informativos, no siempre hacen prevalecer este elemento noticioso o novedoso. No debemos aceptar sin un ánimo de crítica ciertos espacios o letras cargadas de puro morbo. El sensacionalismo no debe primar sobre los intereses de conocimiento que tiene y que deben trasladarse a la sociedad. Si no devolvemos genuino periodismo a la sociedad acabaremos siendo deudores de un compromiso tácito o escrito de servir a todas las sensibilidades y a todas las opiniones.
La cobertura que se hace de accidentes aéreos, de la barbarie de algunas o de todas las guerras, de eventos infames o de penurias en algunos de los rincones menos afortunados de nuestras sociedades o del planeta nos hacen pensar en la necesidad de emprender otro camino en el desempeño de las labores de los profesionales de la comunicación y de los medios. Por ello hacemos algunas reflexiones, y, con permiso, algunas sugerencias. El afán es dar con algunas ideas que puedan servir para mejorar el funcionamiento de los medios y la práctica profesional diaria, amenazadas en su credibilidad social para una serie de excesos en la oferta de imágenes que podemos catalogar de manera suave como “impactantes”. Se intenta ser “atractivos” a toda costa, sacrificando prácticas de respeto y de tolerancia hacia las personas y sus sentimientos.
Comencemos por el principio, por las razones que llevan a la aparición y al desarrollo de las empresas periodísticas. En el origen de los medios están las ansias de que éstos sirvan de soporte económico. Los mass-communication-media pretenden, al menos desde la teoría, llevar a cabo tres objetivos que podemos considerar primordiales, que no son otros que informar, formar o educar y entretener, sin olvidar lo que se denomina supervisión del ambiente, lo cual hace que capitalicen una pretensión a modo de recursos “homogeneizantes” o socializadores. Si la praxis es buena, esto es lo deseable, pues, cuando cumplimos bien los fines para los que se han creado estas empresas, correspondemos a la sociedad ese derecho a la información que surge, emana y debe volver al mismo núcleo social. En cambio, y por el contrario, en sus obras, en su vertiente práctica, sus aspectos económicos y empresariales (los de estas corporaciones), prevalecen una suerte de egoísmo o soberbia que le distancian de sus verdaderos fines, o de lo que deberían ser, claro. En esta textura y tesitura, la realidad diaria, marcada a menudo por el dolor y el sufrimiento, aparece deshojada y sin su fundamento y espíritu más humano. Prima el espectáculo, y, además, prima a toda costa, como si no hubiera más mirada que atraer audiencia y ganar dinero. La influencia social queda marcada por encima de otras finalidades. La perversión, por desgracia, está servida. Hemos de corregir algunas posturas o algunos afanes que lo que persiguen no tiene nada que ver con lo que cuentan los manuales o lo que contamos cuando tratamos de hablar de una profesión que cada vez guarda menos romanticismo. Las lesiones que se están produciendo no parece que vayan a sanar por sí solas. Todos debemos arrimar el hombro para implementar y mejorar el quehacer cotidiano, que rompe la frágil frontera entre lo deseable éticamente y lo que se hace finalmente.
La ética es la gran asignatura pendiente en un proceso societario que hace que predominen determinados vectores de influencia relativa. Nos agotamos en esfuerzos de recorrido muy corto, que apenas vislumbran lo que ha de ser, o debería ser, un comportamiento variopinto y acogedor para las circunstancias de toda índole. Además, es conveniente que incidamos en que los códigos deontológicos han de ser algo más que papel escrito. Hemos de asumir un compromiso mayor, primero con los propios medios, y, en segundo y primordial lugar, con la misma profesión y la sociedad. Subrayemos, sin miedo a ser reiterativos, que los valores son la base de cualquier mundo democráticamente avanzado. De nada sirve, como se dice en alguna parte, que se pierda el espíritu por el camino, si lo que conseguimos, siempre fungible, se queda en alguna parte que no experimentamos. Hemos de buscar climas adecuados, positivos, con impresiones educadamente compartidas. Juntos en la experiencia vital podemos alcanzar un poco de más éxito, anónimo, diluido entre toda la sociedad misma. Los medios han de favorecer esta perspectiva.
Una obligación con la sociedad
La obligación tácita, o incluso escrita, que han adquirido los medios respecto de la sociedad o comunidad donde se hallan incardinados adquiere tintes de presión en más ocasiones de las que debemos recordar. La competencia por llegar antes, mejor y a más gente es descomunal. No hay descanso. Se busca el atractivo a ultranza, de cualquier manera. Hay que dar información en todo momento y lugar, a toda costa, con una instantaneidad que hasta hace daño. La búsqueda de dividendos económicos es aplastante. Por eso, porque hay que rentabilizar, trabajamos con clichés, y todo acaba siendo relativo y relativizado. El interés humano suple al interés general y público, que, por desgracia, no siempre coinciden con los parámetros que manejan los “media”.
La sensiblería barata, el amarillismo, el morbo, el atractivo a ultranza… todo forma parte de ese espectáculo que se ceba en la pena, en el dolor, en las lágrimas, en los gritos, en el espanto en la violencia. Lo peor es que vestimos esto con la idea de que hablamos de una visión social. No es cierto. La fórmula perniciosa nos lleva desde las máximas audiencias con sensacionalismo hasta la consecución de más publicidad, y, por lo tanto, de más dinero para las productoras y/o distribuidoras de los espacios o programas de éxito.
La finalidad básica no es informar, ni mucho menos informar bien. La idea es llegar a cuanta más gente mejor con el objeto añadido de vender sus productos a un gran número de personas. Los beneficios económicos están detrás y delante de cualquier gestión mediática, o, al menos, de la mayoría de ellas. No es para sentirnos orgullosos de ello. Los valores, los ideales, permanecen oscurecidos por otras máximas financieras. Es una pena.
La sociedad debe hacer y vivir una gran revolución en muchos órdenes. La solidaridad y la entrega hacia las mejores causas consensuadas se ha de ver a través de los medios de comunicación de masas, que han de ser también un buen parangón en lo que concierne al servicio público y a la voluntad de consenso. El respeto y la educación en sentido extenso han de ser las prioridades. No lo olvidemos, pues el beneficio es, o debe serlo, para todos.
Estamos en un mundo visual y visualizado. Por supuesto, manda la imagen. Esto es algo que debería llenarnos de orgullo, pero no es así, porque nos hallamos ante una optimización de lo gráfico en el mundo audiovisual, en la esfera televisiva, siempre a costa de una seducción desde lo fatal, desde la ruptura, desde la fragmentación de lo que deberían ser elementos vertebradores y cohesionadores al mismo tiempo. Reiteremos que no hay valor en lo que contamos ni en cómo lo contamos con una óptima combinación. Prevalece lo que se ve. Prima el dinero y la influencia. Los números son los que cantan victoria. Queda atrás la figura de lo humano. El escándalo está a la orden del día. No importa la fama de nadie, ni su prestigio, ni la distorsión de la estampa que transmitimos de las personas. Los derechos elementales quedan en una segunda estancia, siendo la primera la búsqueda de ganancias. No sabemos aprovechar los ingentes recursos de los que disponemos. Es una pena, pues somos unos privilegiados y no lo vemos.
El problema de la mezcla de formatos
La vida está puesta patas arriba. Hay demasiada confusión. Nos complicamos con caracterizaciones que, a menudo, ni damos. Nos faltan definiciones de conceptos, y en eso debemos ser valientes desde la sencillez. Siempre insistimos en que la mezcla de los formatos y de los soportes constituye el gran problema actual de los medios. Hemos visto y escuchado mucho, pero quizá no lo suficientemente, o puede que no con el consiguiente ánimo de atender y de aprender. Por otro lado, también es un problema y una deficiencia de sus audiencias, de las de los medios, claro. No siempre se entiende lo que ve. No es fácil interpretar lo que se vende de una manera y se brinda de otra bien distinta. No llegamos a marcar las directrices y los límites de lo que ocurre y de cómo se ofrece. Hay saturación informativa, hay un exceso de lo atractivo en detrimento de la información pura y genuina. No parece importarle a nadie la desinformación que viene detrás. Las hecatombes, los espectáculos catastróficos se superponen al análisis de la verdad o de lo que podría ser una aproximación a ella. Lo mixto triunfa, pues se trata de conseguir cuanta más gente mejor. Es un poco locura. Convendría poner un poco de medida a lo que realizamos o a lo que consentimos.
Es una pena. La calidad queda en un segundo lugar. Importa la cantidad, y, además, es relevante en muchos aspectos que no deberían contar, o no deberían contar tanto. Mandan los números. Como hay que llegar a todo el mundo se apela a los sentimientos, a los corazones, a esas escenas o eventos que todo el mundo entiende, o atiende… Provocamos las mentes en vez de edificarlas. No hay nutrientes en lo que ofertamos en los medios, que no tienen en cuenta lo que conviene a sus audiencias, sino aquello que las capta lo más raudamente. Se olvidan derechos, se dejan atrás los deseos de los grupos no tan numerosos (pues son menos rentables), y entramos en una espiral de difícil salida. Hay que cambiar la idea de que hay que hacer de todo para todos. No siempre lo universal, en este mundo de modas y de consumismos variados, es lo mejor para todos.
Con este panorama cambiamos, a peor, las tendencias y los hábitos. La comunicación es rutina, y ésta se encamina hacia fuentes de dudosa factura. No hay respeto, no hay tolerancia, no hay educación. Todo ha de basarse en el morbo, en el sensacionalismo, en crear imágenes de dolor atractivas, o de violencia, o de verdugos y víctimas. Los conflictos son los que atraen al telespectador, que se siente acobardado, llevado de la mano de una inercia nada constructiva. Mostramos a la sazón sufrimiento pero no indagamos en lo que hay tras él. No parece importarnos las personas, sino el valor económico que procuran sus historias a nuestras programaciones. Es detestable y rechazable.
No todos los hechos son noticiosos
Por desgracia repetimos hasta la saciedad hechos supuestamente noticiosos que no lo son, o que no son tanto. Son versiones mediáticas o mediatizas convertidas en circo romano, en puro espectáculo vacuo, estéril que solo busca llamar la atención y el interés de una audiencia tan incauta como numerosa. Muchas de las grabaciones televisivas que mostramos, así como de esos innumerables directos que contribuyen al espectáculo, serían sueltos cortos de un periódico hace unos años. Su valor informativo no solo es cuestionable sino que buscan de una manera superficial unos conceptos de víctimas y verdugos que solo generan estereotipos y tópicos que apenas contribuyen a buenas escenas comunicativas. Conviene recordar la danza de muertos que implican y suponen muchos de los accidentes que reiteramos en las pequeñas o grandes pantallas como si se tratase de una historia cinematográfica que no afecta a personas reales. El dolor es tan tremendo que no mostrarlo bien es denunciable desde todo punto de vista.
Poner límites de una regulación de los profesionales y del sector es lo más aconsejable. Es necesario que sepamos hasta dónde podemos llegar, cómo podemos hacerlo, y de qué manera. No podemos jugar con las personas como si fueran meros números, que no lo son. La esfera entre lo público y lo privado, entre lo importante para la colectividad y lo íntimo ha de tratarse con esmero, con mimo, pero también con tesón y con convicción.
La ocupación y la preocupación por esas esferas que se entrecruzan es objeto de numerosos debates y, de vez en cuando, con motivo de algunos eventos o sucesos, de múltiples y repetidas polémicas y controversias que no se terminan de cerrar. El rechazar ese recurso fácil al dolor, al sufrimiento, a la pena, al sollozo de los demás es algo más que una anécdota o una formalidad que hemos de subrayar recurrentemente para quedar bien. No se trata de esos. Hay que llegar al convencimiento que actuar así deshumaniza a los profesionales y a sus medios. Es hora de cambiar el chip.
Compromisos que hay que respetar
Los informadores, los comunicadores, las empresas periodísticas en general, y todas ellas de manera conjunta, han suscrito muchos compromisos de respetar la intimidad, a las minorías, de diferenciar formatos, de no recurrir en grado extremo al espectáculo, de tener en cuenta unos coherentes principios editoriales, de acatar unos códigos deontológicos, etc. El problema es que eso no se lleva a la práctica. Nos quedamos en la letra, en las palabras, en las creencias a la hora de dar una charla determinada, pero con eso no vamos, como se puede demostrar, a ninguna parte. Conviene un compromiso formal, y un cumplimiento del mismo. No debemos quedarnos tan solo en la teoría.
Hay que trabajar juntos. Todos podemos aportar algo. Debemos. La propuesta es que todos nos pongamos de acuerdo en las fórmulas a realizar, en las hojas de ruta que nos han de guiar. Es básico que cambiemos las recetas desde el respeto a las personas, a las leyes y al buen juicio. Todo lo que sea dar vueltas a lo mal que lo hacemos sin un propósito real de enmienda es caer en una frustración sin más. Respetar los hechos, a las personas desde la mesura, desde la virtud que es el punto intermedio ha de ser el emblema que ha de campear en el ejercicio de una profesión que tiene más de servicio social que de aprovecharse de esa sociedad para bailar sobre el dolor de los menos afortunados y atraer más telespectadores y dinero. Esto, a la larga, nos traerá un enorme perjuicio, y conviene que lo tengamos presente más pronto que tarde, antes de que nos detengamos en lo que precisa pronta solución.
La vida admite muchas demoras. Todo se puede hacer un poco más tarde, pero hemos dejado pasar tanto tiempo que quizá estamos ya cerca de un punto de no retorno, en el que no conviene que caigamos de manera estrepitosa. Hemos acudido a socorrer muchas situaciones abiertas. Ahora toca tomar medidas sin dilación. La prisa no es buena consejera. Tampoco lo es la demora consentida desde la ignorancia y el desdén. Podemos adecuarnos a una nueva realidad viva, que nos toca saborear sin darle más vueltas de las debidas. Si miramos con la amplitud del linaje del servicio mayoritario (y, si es posible, a todos), saldremos adelante con una visión de los medios diferente. Su labor de servicio al interés general ha de escapar, si quiera por salubridad mental, de los intereses meramente financieros. En ese compromiso, digámoslo sin paliativos, tenemos que estar todos. Nadie sobra. Al contrario, cualquier mano es necesaria. Pongámonos ya en marcha. El tiempo, más que nunca, es oro.
Juan TOMÁS FRUTOS.
viernes, 10 de abril de 2009
Consideraciones sobre el periodismo-espectáculo en un mundo globalmente competitivo
Publicado por Carris a las 1:44
Etiquetas: Juan Tomás Frutos, Organizaciones de Periodistas, Prensa
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