lunes, 10 de diciembre de 2012

Perdidos, esperanzados



            Caminamos en una búsqueda permanente de amor, de paz, de equilibrio, pero no siempre damos con esa llave que suponga la solución a nuestros problemas y que nos permita dar con las dosis y niveles de alegría y de felicidad que precisamos. El mundo, en su complejidad, es sencillo, pero debemos ser capaces de vislumbrarlo así. La confianza es la base para caminar con resoluciones a los conflictos.

            Controversias, como sabemos, no faltan. Hay carencia de todo, desde el punto de vista económico, desde una óptica moral, con deficiencias y vacíos en lo ético, en el ámbito amoroso y en el sentimental. La alarma está encendida, y hay miles de motivos para ello.

            Perseguimos un alfabeto de respuestas, en claves, un caudal de opciones con las que podamos unirnos desde beneficios compartidos. Los procesos ideales, que existen, no son captados en tiempo y forma. Por eso nos ubicamos en mitad de un océano de dudas, de depresiones, de despistes, de dolores, de penas, de soledades, de lutos en territorios que deberían brillar con esencias totalizadoras. No las vemos, o quizá no nos atrevemos a encontrarlas donde se hallan. Puede que estén demasiado concentradas en manos que no saben valorar la bondad de la distribución justa.

            Todas las almas, decía el filósofo, buscan almas afines. No es fácil dar con ellas. A menudo, me digo, pasan a nuestro lado y no somos capaces de detectarlas. Supongo que las prisas, los egoísmos, los silencios mal interpretados, las travesuras existenciales, las causas incomprendidas, las consecuencias sin propósito de enmienda, los cinismos escondidos, las palabras no correspondidas con hechos, las miradas que no se topan con otros ojos…, mil cuestiones, hechos y realidades nos procuran equívocos y distancias, que debemos corregir. Así debe ser.

            El fin ha de ser la felicidad, la propia y la compartida, asentando los elementos que nos dicten un aprovechamiento máximo de las horas de un reloj que jamás se detiene. Saber elegir, no hacer que lo urgente nos gane, procurar que lo importante nos regale experiencias, conocer lo que nos circunda, y bajar el nivel de enredos y de increencias nos deben dar una oportunidad para amar y ser amados, una actitud que es un antídoto ante lo que nos pueda ocurrir cotidianamente. No dejemos que el hastío, el cansancio y la indiferencia se adueñen de nuestras existencias.

            Además, cuando tengamos dudas, cuando no demos con la salida oportuna ante los problemas, busquemos en nuestro interior ese itinerario que nos puede fortalecer con entusiasmos sanadores que nos permitirán cambiar el desorden o el caos que nos envuelve. Es determinante, para llegar donde queremos, saber dónde vamos. La concienciación al respecto nos puede ayudar a alcanzar el equilibrio y la dicha.

Una ruta no escrita

            Recuerdo cuando era niño, cuando no necesitábamos apenas nada para vivir, cuando no había necesidades superfluas, cuando siempre hallábamos una mano amiga para afrontar los problemas, cuando las familias se reconocían a leguas, cuando la amistad era una promesa cumplida, cuando los hechos superaban a las palabras, cuando las miradas eran de pura complicidad. Recuerdo el calor de los abuelos, de los vecinos que eran como hermanos. Recuerdo cuando había una ruta no escrita que funcionaba porque la premisa era el esfuerzo colectivo, el perdón, la compasión y la solidaridad.

No digo yo, porque no puedo decirlo, que ahora no se den obras excelentes, porque se advierte el tesón de muchos, de miles, de millones, por salir adelante, pero también es cierto que hemos generado modas y modales que parecen devorar esos sentimientos de unión y de esperanza con los que debemos crecer, sin olvidar que hemos de dar más a los que menos tienen, en ese afán de justicia que siempre garantiza la virtuosa paz.

            Todavía hay mucho que compartir: tiempo, conocimientos, fe en los demás, y ello dentro de la opción inequívoca de que el único camino posible, para dar con el futuro, es que todos nos sintamos, porque lo estamos, en el mismo barco. El respeto, la admiración, la conveniencia de re-equilibrar y de restituir, y la fe en el futuro han de ser las señas de identidad de una sociedad que, pensando en las generaciones actuales y venideras, se haga más humana.

            Supongo que lo ideal es que nos citemos todos en esa ágora de la plática renovadora y edificante, que nos puede permitir saber un poco más de nosotros mismos, de los demás y del universo. Procuremos la jovialidad desde la consideración de que, a veces, en demasiadas ocasiones, hemos estado perdidos y ahora, en cambio, nos regalamos una nueva esperanza, la que todos juntos nos podemos aportar. Recordemos las alegrías que nos traen los encuentros. Si lo hacemos, seguro que no querremos perdernos la ocasión.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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