domingo, 10 de marzo de 2013

Olvidados


El panorama es difícil, pétreo, rudo, con situaciones que se hallan muy lejos de que las podamos comprender en pleno siglo XXI. Parece como si la edad de la oscuridad, ésa que tan bien nos retratan las películas, se hubiera quedado inmóvil, y fuéramos impotentes a la hora de variarla. Los desequilibrios son, hoy en día, tan atroces como nefastos. Hay, desgraciadamente, grupos humanos que pasan hambre, que no tienen medicinas, o que no tienen las suficientes, así como conocemos soñadores que no rozan la realidad perseguida, que viven en la ignorancia consentida y hasta metódica. Hay gentes que empiezan el día con cero gotas de agua, con enfermedades, con guerras, con poca esperanza de vida, sin vida... Contabilizamos, asimismo, personas que parece que no inician siquiera la jornada por no tener ni siquiera lo esencial, que suele ser, cuando se da, bastante poco.



El planeta está lleno de desigualdades. Supongo que es algo inevitable en lo humano, en la estirpe societaria, con todas sus grandezas y sumisiones. Lo importante de un sistema es que no permita que esas desigualdades lleguen a extremos de ruptura o de ignominia. Los mínimos de la decencia en cuanto a salud y a educación han de estar cubiertos. Deben.


Cuando paseando cualquier tarde advierto a alguien pidiendo por la calle, o veo a un niño que creo puede tener pocas oportunidades por sus aparentes o reales condiciones sociales, cuando reparo en una persona mayor en situación de desamparo, cuando esto sucede, me doy cuenta de que hay demasiados conciudadanos con necesidades de índole sustantiva que no encuentran solución a sus serios problemas, lo cual es injusto, fundamentalmente porque en la mayoría de las ocasiones hay arreglo a lo descrito.


Deberíamos contarnos, si todo transcurriera como sería menester, que la solidaridad está, ha de estar, por encima de todo. Sin embargo, no ocurre así. Las crisis, las de verdad, sacan lo mejor y lo peor de cada cual. Hemos de ser capaces en ellas, pese a las urgencias, de irnos a lo relevante, de llegar a lo que interesa de verdad, que es preservarnos como humanos, con dosis suficientes de sustento para que la llama de la auténtica jovialidad no se extinga. Ese fuego es nuestra esperanza.

 

Las figuras que más me duelen son las de los transparentes, esto es, las de aquellos y aquellas que pasan por la existencia, que deambulan por nuestras ciudades, sin que los percibamos en sus fundamentos. Bueno, seguramente los contemplamos, pero, de algún modo, los superamos inconscientemente, como si no fueran importantes, como si no mereciera la pena que los albergáramos en nuestro “disco duro”.

 

Mirar y ver

 

A veces (demasiadas, ya digo) me sorprende la radiografía: gentes que piden mientras paseamos, personas como nosotros que buscan en contenedores, ciudadanos y ciudadanas que rescatan las migas que a otros sobran. Y sobra lo que sobra, más bien poco, y falta lo que falta, muchísimo, por desgracia. En ese desequilibrio, los peor parados son los denominados grandes olvidados, los que no oteamos, aunque estén al alcance de la siguiente esquina. No parece que haya prisa por verlos, aunque mañana podamos estar ahí nosotros. No lo pensamos, como no pensamos que debemos aprovechar la existencia con más plenitud, porque es un bien finito. No lo meditamos, y así vivimos. También nosotros nos olvidamos un poco de nosotros mismos. Lo hacemos cuando no interiorizamos lo verdaderamente básico y crucial, que es la salud, nuestro tiempo, la familia, el amor, los amigos, los apoyos bien dirigidos, bien llevados. Divisemos, y veamos de manera efectiva y eficiente.

 

No lo puedo evitar. Me acuerdo ahora de quienes pasan frío, porque hace frío en este invierno que se prolonga en numerosos sentidos y sentimientos, que se extiende más para unos que para otros. No siempre lo palpamos de esta guisa. El sistema rompe y tira, “por desfortuna”, lo que otros necesitan de manera elemental. ¿Qué hacer? Cambiarlo, y, sí, hacerlo de manera pacífica, reconociéndonos como hermanos que somos, como personas en igualdad de derechos, defendiendo que hemos de contar con las mismas opciones de dignidad.

 

Nos hemos de fijar, por favor, en los olvidados de un sistema que también puede equivaler a un modelo social, pero que no será tal mientras haya muchas gentes, un excesivo número, en estructuras de carencias que hemos de subsanar para que las dosis de felicidad que decimos buscar y a las que tenemos derecho sean unas realidades señeras. Si lo son ya, con esa actitud seguramente conseguiremos que sean más auténticas aún.

 

Juan TOMÁS FRUTOS.

No hay comentarios: