domingo, 17 de marzo de 2013

Extraños

La vida es sencilla. Intentamos, debemos, cada día hacer el máximo esfuerzo para dar con esos logros que nos permiten ser felices, no por ser importantes, que pueden serlo o no, sino porque nos aclaran dónde está el amor y la dicha como elementos básicos que son para adornar nuestras existencias.

En ese empeño, que imaginamos y hacemos colectivo, nos sentimos acompañados por muchas personas a las que, por cercanía, por familiaridad, por el roce existencial, las queremos más de lo que a menudo somos capaces de interpretar. Lo sabemos cuando no las podemos ver, cuando se hallan mal, o, sencillamente, cuando el destino nos conduce por derroteros diferentes, distintos.


El mundo, creo, lo constato pese a todo, es una hermosura. Es bello, a pesar de sus contradicciones. Precisamente por ello, la voluntad se ha de dirigir a conocer lo que sucede, analizando las situaciones e intentando que las cuestiones fundamentales no fracasen.

Lo que sucede, en esta locura simpática y trepidante de la existencia, es que a veces perdemos en los diferentes tránsitos o trámites, sustanciales o no, y nos quedamos sin amistades, sin gentes a las que dedicar lo mejor de nosotros mismos, a la par que nuestros corazones y nuestro tiempo, esto es, no encontramos sin personas cercanas a la que regalar nuestras riquezas máximas, las espirituales. Las contemplamos, a raíz de ciertos comportamientos, como extraños, como seres que nunca hemos visto, pues los miramos y no nos reconocemos en ellos. Es, indudablemente, un fracaso, y así lo percibimos sin que probablemente podamos definir lo que experimentamos.

No obstante, hemos de advertir como una realidad que los años traen calidades y cantidades humanas extraordinarias. Hemos de valorarlo así. Ocurre. Paralelamente, también afrontamos en lo cotidiano el hecho palmario de que hay compañeros y compañeras de viaje con los que nos cruzamos sin que entendamos sus fundamentos, lo que les mueve, es decir, no acabamos de comprender sus objetivos, sus metodologías, sus maneras de relacionarse. Se convierten, por carencias o increencias, por actitudes contrarias, en auténticos desconocidos, en extraños que deambulan a nuestro lado sin que sintamos nada de cuanto vivimos en común. Aquí yacen, por cuestiones espaciales y temporales, las dos caras de la misma moneda.

Junto con los éxitos, nos enfrentamos a historias de unos fracasos constantes. Son frutos de la vida, de su cosmos, del universo y de sus circunstancias. No diré que se trata de coyunturas anunciadas, sino repetidas. La existencia nos brinda muchas explicaciones, y otras que no lo son tanto. Lo malo es cuando nos quedamos sin las suficientes para entender lo acontecido. Miramos, entonces, de nuevo, por si nos hemos confundido, y volvemos, pese al esfuerzo y empeño, a contemplar, en nuestro entorno, a unos seres extraños. Supongo que a ellos les pasará lo mismo conmigo. No es consuelo, claro. Pese a todo, lo maravilloso es que, al tiempo que algunos se van, vienen otros, estupendos ellos igualmente, tanto o más que los fugados. En ese momento recibimos, como una suerte de milagro, el gozo de estar vivos en consonancia con las que sí son almas afines. Tras ellas vamos. Así debe ser.

Juan TOMÁS FRUTOS.

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