domingo, 21 de septiembre de 2008

Entrevista a ... (Antonio Gil Dauphin), por José David Millán

la_entrevista

Murcia

Antonio Gil Dauphin, 74

José David Millán Galindo, 23

(Entrevista adaptada al Concurso Tienes una Historia que Contar de la Fundación Caixa Catalunya).

 

Una vida dedicada a los demás

Va camino del tercer cuarto de siglo de vida, pero aún conserva la elegancia del hombre que antaño se codeó con gobernadores civiles y consejeros varios, y que fue protagonista de acontecimientos que han marcado la existencia de muchas personas. Bien uniformado con su traje oscuro y la boina andaluza que informa sobre su origen, este ingeniero técnico agrícola jubilado y gran amante de las sardinas se muestra orgulloso de seguir haciendo todo lo que está en su mano por los demás.

Mientras le espero en la oficina del Centro de Mayores del murciano barrio de San Antón donde me ha citado, el vicepresidente del mismo me ‘advierte’ que Antonio Gil tiene mucho que contar, que ha desempeñado cargos importantes y que es un hombre al que le recogían coches oficiales en la puerta de su casa. Al instante de verle me queda claro. Su aspecto de catedrático de Derecho -una carrera que tuvo que abandonar al sufrir una fiebre paratífica y no poder examinarse- y su librito bajo el brazo me anuncian que es una persona inquieta. “El primer premio del concurso de relatos cortos que organiza la cofradía del barrio en 2005 y 2006 lo gane yo”, expresa con júbilo.

Trabajador empedernido, relata su experiencia profesional con gran pasión, mirando fijamente a los ojos como si quisiera contagiarme su vocación por ella y haciendo gala de una memoria encomiable: “Estudié en la Escuela de Ingeniería Técnica Agrícola de Sevilla e hice las prácticas en el Instituto Nacional de Colonización”. Era el año 1958 y esta experiencia fue tan productiva para él que no sólo al año siguiente le llamaron para contratarle sino que además le otorgaron la medalla de Oficial al Mérito Agrícola, porque “los pueblos donde trabajé estaban contentos con la labor de la maquinaria que yo llevaba”. Con los puntos que le daba esa distinción, se presentó a las oposiciones de funcionario del Estado en Madrid, consiguió plaza y le destinaron en Jaén a la sección de Maquinaria.

Antonio recuerda aquellos días en los campos jienenses como quien cuenta la experiencia de su primer amor, con una mezcla de ternura y añoranza. Para poder utilizar la tierra, ésta tenía que estar nivelada, por lo cual utilizaba un aparato de topografía: “Una de las cosas más bellas que puedo contar en mi vida es el ponerme a las seis de la mañana con un aparato topográfico y por la tarde cuando terminaba a las siete o las ocho descubrir que las máquinas habían dejado el bancal tal y como había pensado”, afirma. Ni siquiera la intervención del vicepresidente invitándonos amablemente a tomar una cerveza le hace perder el hilo de la historia. “Claro, después nos la tomamos”, contesta con seguridad y carácter. El mismo que demostró con tan sólo 24 años cuando le propusieron ser el jefe de su área: “No me lo pensé un segundo y el jefe me preguntó la razón. Yo le respondí que era por la edad, por las ganas que tenía y porque se me daba bien”.

El Instituto Nacional de Colonización pasó posteriormente a llamarse IRYDA (Instituto de Reforma y Desarrollo Agrario), en el que siguió en el mismo cargo. A principios de los años 70 lo votaron como presidente del Colegio de Ingenieros Técnicos de la provincia y estuvo cinco años en los que le marcó sobremanera la visita de la viuda de un ingeniero que había muerto. “La mujer me preguntó que cuánto le quedaba por el deceso, y era nada porque no había Seguridad Social”. Ese episodio se le quedó tan grabado que en un pleno del Consejo General de Ingenieros Técnicos Agrícolas, reunidos todos los presidentes, acordaron la creación de Munitec, la Mutua de Previsión Social de todos los Colegios de Ingenieros Técnicos Agrícolas de España, de la que Antonio tiene “el honor” de haber sido uno de los fundadores.

El sevillano se muestra como una persona humilde pero que reconoce sus éxitos, y está muy satisfecho por todo lo que ha alcanzado en su vida, por ello no tiene reparos en contar la disputa por sus servicios entre los responsables del Parque de Maquinaria del IRYDA de Alicante y los de Murcia, tras la inundación de Puerto Lumbreras en 1973. Él quería quedarse en Jaén, pero no le dieron opción. Allí no había universidad y quería que sus seis hijos pudieran estudiar cuando fueran mayores. “No podía rechazarlo porque quizá más adelante no tendría esa posibilidad de trasladarme. Elegí Murcia por esa simple razón, pero en Alicante se quejaron y tuve que dividirme la semana laboral entre las dos ciudades”, afirma.

En el plano personal también consiguió lo que se propuso. La forma en que conoció a su mujer, una aragonesa afincada en Andújar cuando él trabajaba en la zona, podría inspirar una película. Era Semana Santa y Antonio estaba en una especie de casino que se llamaba ‘Las Ventas’ cuando pasó una procesión por delante. Ella, como el resto de las chicas, iba con una vela y su mantilla y al verla le dijo a su jefe que estaba junto a él “¡mira, con esa chica me voy a casar yo!”. “Lo dije por decirlo pero al final lo conseguí”, sentencia orgulloso.

Ahora, diez años después de jubilarse, cumple con una apretada agenda al servicio de sus vecinos. Lleva de forma altruista la tesorería de la residencia de ancianos que Cáritas Parroquial tiene en el barrio y además ha confeccionado la base de datos del Centro de Mayores gracias a las nociones de informática que aprendió en su última empresa, TRAGSA, dos años después de su retiro. “Si fuera mujer, ya sabes lo que sería”, bromea. El fruto de esa desinteresada labor lo recogió el pasado año cuando el barrio le concedió el ‘Sanantón de Oro’, el máximo galardón que se puede llevar un residente y del que con una sonrisa de oreja a oreja expresa que es el culmen de su felicidad.

 

Lo importante de la vida

Puesto que Antonio ha dedicado toda su vida a trabajar por los demás, lo que merece la pena de la misma para él no podría ser otra cosa que “hacer siempre todo lo que se pueda por los demás; por tus hijos, por tu mujer, por tu familia, por tu barrio… sin pedir nada a cambio”. Una afirmación que no tiene nada de gratuita, sino que demostró cuando decidió abandonar Andújar para aterrizar en tierras murcianas simplemente para que sus hijos pudieran estudiar una carrera. Ahora presume del mayor, que estudió Económicas, del segundo, ingeniero agrónomo, de la tercera que es nefróloga y también hizo el Doctorado, de la cuarta, que realizó ingeniera técnica y agraria y trabaja en la misma empresa en la que estuvo su padre, de la quinta que es Doctora en Química y está en la Estación de Enología de Jumilla, y del más pequeño, que estudió Peritaje de Tasación.

Una familia por la que ha entregado sus días y con la que ha sufrido el varapalo más importante de su vida y que cuenta con inevitables lágrimas en los ojos. Hace poco menos de tres años que falleció la nuera de Antonio, la esposa de su hijo menor, a causa de una enfermedad que la tuvo unida a una silla de ruedas hasta su despedida para siempre: “A veces no sale todo como uno quiere”. Es la frase de un triunfador en el ámbito profesional, de un hombre que adora a su familia y a su barrio con la dedicación que una madre da a sus retoños, con un altruismo que contagia y del que todos tendríamos que tomar buena nota. Yo, de ‘mayor’, quiero ser Antonio Gil Dauphin.

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